miércoles, 1 de febrero de 2012

Valor

— Debes hacerlo.
— No me presiones.
— Sabes cuáles son tus obligaciones y no las cumples. Tienes problemas.
— Cállate, sal de mi cabeza.
— No estoy en tu cabeza. Estoy aquí, a un lado tuyo.
— No eres real.
— Lo soy tanto como tú. ¿Eres real?
— No lo sé… lo único que sé es que tú no lo eres.
— ¿Me tienes frente a ti y aún así no lo puedes creer?
— Me da miedo mirarte. Eres tan parecido a mí que me asusta.
— Claro que nos parecemos. Tú me hiciste, ¿recuerdas?
— Nunca crearía algo como tú.
— Pues lo hiciste, ahora te toca cuidar de mí.
— No lo haré y no puedes obligarme.
— Cuando estoy frente a ti, ¿qué es lo que ves?
— Me veo a mí mismo.
— ¿Te das cuenta? Estamos unidos para siempre.
— Aléjate, no me toques.
— Eres tan sensible.
— ¡Vete! No aguanto verte. No te soporto. ¡Largo!
— No me iré y lo sabes, así que no insistas.
— ¿Qué tengo que hacer para que me dejes en paz?
— Dame de comer.
— Ya comí.
— Me alegro. Tengo hambre.
— Come lo que encuentres.
— Una manzana podrida y un pedazo de queso viejo, ¿eso quieres que coma? Estás loco.
— Sí, lo estoy, ¡pero porque tú me vuelves loco!
— Mientes, ya lo estabas desde antes de que yo llegara.
— Deja de confundirme.
— ¿Por qué lo haría? Tengo hambre.
— Te odio.
— Gracias, el sentimiento es mutuo. Ahora, dame de comer.
— No tengo hambre.
— Recuerda que si me enfermo yo, te enfermas tú. ¿No quieres que coma algo podrido, o sí?
— Haz lo que quieras.
— No tienes que ser tan agresivo, ¿dónde están tus modales?
— ¿A ti qué te importa?
— Tienes razón, no me importa, al fin y al cabo el que te ves mal eres tú. No tienes por qué ser tan idiota, ¿sabes?
— No me hables así, ¿quién te crees que eres?
— Tú. Además el que se habla así eres tú, no yo.
— Vete, por favor. Ya no quiero escucharte.
— No puedo y lo sabes, tengo que estar aquí, contigo… siempre. Al menos hasta que te mueras.
— Tal vez esa sea la solución… morirme.
— No seas tan dramático.
— Déjame, soy como quiero.
— Eres imposible. Me aburres. En serio. Podríamos tener una vida mejor si tan sólo no fueras un cobarde.
— Intenta salir y vivir con toda esa gente. Anda, sal, ve lo que hay ahí afuera y entonces me dices si no te da miedo, si no prefieres ser un cobarde vivo que un valiente muerto.
— Divagas. Ni siquiera sabes lo que dices. Además, me estás cambiando el tema. Tengo hambre, quiero comer y tú vas a alimentarme.
— Prefiero matarte de hambre.
— Bien, si eso es lo que quieres, moriré, pero ¿estás seguro de que puedes vivir con esa culpa? ¿Estás seguro de poder vivir sin una parte de ti?
— Me acostumbraré a la pérdida.
— No me hagas reír, ¿cuánto tiempo ha pasado y todavía no te acostumbras?
— Mucho… demasiado… no sé. No me lo recuerdes.
— Duele, ¿verdad? Nada más acuérdate, los dos la queríamos.
— Yo la quería, tú… sólo te aprovechabas de ella.
— ¿Estás seguro de que no era al revés?
— ¡Cállate, no sabes lo que dices!
— No tienes por qué gritarme, no estoy sordo.
— ¿Qué tengo que hacer para deshacerme de ti?
— Matarme o darme de comer. Tú escoges.
— Como si fuera tan fácil
— En verdad lo es. Sales, compras algo de comida, la traes, la pones en un plato y me lo das. Sencillo, ¿no crees?
— Es más fácil tomar un cuchillo y clavártelo en la garganta.
— Hazlo… si puedes.
— ¡Déjame!
— Eres un cobarde.
— Te dije que me dejes.
— Mira, tómalo, te estoy regalando una salida fácil. Anda, es el más filoso de la cocina.
— Estás loco, aleja eso de mí.
— Si quieres te ayudo. Mira, ¿lo ves?, es muy fácil.
— ¡Eres un demente!, ¿por qué hiciste eso?
— ¿No es lo que querías? ¿Deshacerte de mí? Pues ya está, te hice más fácil la vida.
— Eso no era lo que quería… ya no sé lo que quiero.
— Estar solo es lo que quieres, así que ya está, pronto estarás más solo que un perro.
— Yo no quería esto.
— Acéptalo, papá. No te engañes. Era exactamente lo que querías.