Nadaba tranquilo. El mar estaba
quieto y apacible. Mientras me movía admiraba los peces nadando debajo de mí.
Cómo envidiaba sus colores y sus formas. Eran hermosos. Pero estaba aburrido. Y
solo. Muy solo. Buscando compañía decidí acercarme a la playa. Nadé lentamente.
Me acerqué poco a poco con la esperanza de encontrar a alguien con quien
platicar. Pero de pronto todos empezaron a huir. El mar se movía como si una
tormenta agitara las aguas. Temor y gritos de pánico inundaron el lugar.
Asustado empecé a nadar más rápido. Quería acercarme y preguntar qué era lo que
estaba pasando. Pero todos huían. Se alejaban. Salían del agua. Y me dejaban
ahí. Flotando. Sin saber qué hacer. Entonces la encontré. Estaba tan cerca que
casi podía tocarla. Pero al verme empezó a gritar y a nadar desesperadamente.
Yo intentaba decirle que esperara. Que mi intención no era dañarla. Pero me
dejó ahí. Escuchando que gritaban. Gritaban aterrorizados y me señalaban. Me
señalaban y decían: “¡Cuidado! ¡Salgan del agua! ¡Salgan del agua!”.
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