Dice que desde que estoy con
ella ya no se siente sola. Lo que ella no sabe es que yo sí me siento solo. Y
cansado. Muy cansado. Todos los días es lo mismo, peleas, pláticas absurdas.
Banales. No soporto a sus amigas. Pero tengo que estar con ella. No puedo
dejarla sola. Aunque quiera. Me gusta su voz cuando está tranquila. Cuando me
habla a mí. Y sólo a mí. Cuando me dice que soy el hombre de su vida. Cuando platica
sobre sus planes, nuestros planes, porque siempre me incluye en ellos. Nunca se
ha detenido a preguntarme si quiero formar parte de su futuro. Si quiero
compartir con ella su vida. Pero no quiero. Y no puedo evitarlo. Ayer, mientras
caminábamos por la calle, tropezó y cayó. Me reí. Sé que no debí hacerlo. Me
reí tanto que se enojó conmigo. Y no me habló en toda la tarde. Me agradó no
escucharla. No me gusta su voz cuando se enoja. No la soporto. Puedo decir que
la odio. Que odio su voz. Y a ella también. Me siento tan cansado que desearía
no estar aquí. Dejarla sola e irme. Pero no puedo. Estoy atado a ella. Unido
por un lazo que no se puede romper. Al menos no por ahora. No ahora. Sé que me
recriminarían si la abandono. Si la dejo para siempre. Pronto, pronto la
dejaré. Y seré feliz. Podré descansar. Dejar de escuchar esa voz que odio. Que
me exaspera. Que hace que la odie cada día un poco más. Estoy tan cansado.
Siento cómo mi cuerpo se desgasta. Estoy cambiando. Mi cuerpo está cambiando.
Envejece. Poco a poco. Y no puedo evitarlo. Yo sé que llegará el día en que mi
cuerpo ya no podrá más. Ya no resistirá vivir. Estar junto a ella. Y escuchar
su voz. Esa voz que exaspera. Pero que deseo escuchar cuando estamos solos.
Cuando me habla a mí. Y sólo a mí. Desearía saber por qué odio tanto a alguien
que amo. A ese alguien que daría la vida por mí. Que con sólo sentirme sabe
cuando estoy bien. O cuando estoy tan cansado que he perdido el deseo de
moverme. Mi cuerpo no resistirá más. De eso estoy seguro. Siento que me rompo
en pedazos, pero no puedo decírselo a nadie. No me escuchan. Ni siquiera ella.
Veo mis manos, mis piernas. Me desconozco. Hasta mi piel está cambiando. A
veces siento que quiere dejarme. Que quiere pertenecer a otro cuerpo que no la
desprecie. Que la deje cambiar. Evolucionar. Crecer. ¿O debería decir
envejecer? Es repulsiva la forma en la que mi cuerpo se transforma. Lo hace
aunque yo no lo permita. No sabe. No entiende que nos está desgastando. Nos
acerca cada vez más a ese final tan esperado, pero también temido. Le temo, sí.
Le temo a ese final, a estar lejos de ella, a no escucharla más. No puedo
dejarla. No puedo dejar a esa mujer. No puedo dejar a mi madre. O tal vez sí.
Tal vez decida nacer. Envejecer y alejarme de ella. Para morir. O tal vez
decida no dejar su vientre. Quedarme aquí aunque odie su voz. Y morir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario