Encontré las llaves tiradas en una jardinera. No me había dado cuenta de
que estaban ahí hasta que dejé mi libro olvidado cuando por las prisas me
levanté rápido para alcanzar el camión. Estaba a punto de subirme cuando
recordé que había dejado mi libro favorito en la jardinera.
Corrí lo más rápido que pude, porque temía que alguien
se lo llevara. Cuando llegué al lugar donde estaba sentado, encontré a una
mujer con un niño que peleaban por un vaso de nieve. Lo primero que vino a mi
cabeza fue: “van a ensuciarlo”. Me acerqué rápidamente, pero procurando no asustarlos,
y les pregunté si no habían visto mi libro. La señora me miro con una expresión
mezcla de ira e indignación, así que decidí no decir más. Afortunadamente se
levantó, jaloneó a su hijo y se fueron.
Desesperado lo busqué. No podía perderlo. No ahora que
estaba en esa parte donde la lechuza se asoma a la ventana a media noche y sus
ojos reflejan la luz de tal manera que parecen los ojos de un demonio. Obviamente
sabía lo que sucede después. He leído ese libro más de siete veces. Después de
todo, es mi libro favorito.
Lo busqué por todas partes y no lo encontré. Me iba a
dar por vencido cuando noté algo entre las ramas del arbusto en la jardinera.
Eran unas llaves. Cuatro llaves y un llavero. Nada especial. Una estrella
morada con un símbolo extraño dibujado en el centro. Y justo al lado de las
llaves estaba mi libro.
Curiosamente, en lugar de tomar mi libro favorito, la
razón por la cual regresé, tomé las llaves y las observé detenidamente. Una de
ellas era muy vieja. Al examinarla imaginé una casona, de esas casas viejas con
puertas de madera enormes que rechinan cuando las mueves. Las otras tres eran
como cualquier otra. Lo que las diferenciaba, además de su forma, eran unas
pequeñas manchas de color en cada una de ellas. Manchas, no puntos ni líneas.
Manchas. Un color para cada llave. Azul celeste para la más larga, rosa para la
llave corta y verde para la redonda.
Me pregunté para qué eran, a quién pertenecerían, qué
puertas, cajas, secretos abrirían. Tan absorto estaba en mis pensamientos que
olvidé por completo mi libro. Y también que debía regresar al trabajo.
Esas llaves habían llegado a mi vida por una razón. Mi
libro había conspirado con el universo para que yo las encontrara. Comencé a
imaginar a dónde pertenecían. Pensé en la enorme casona, en una puerta vieja y
grande que casi se cae a pedazos con una cerradura en la que encaja perfectamente
la llave vieja y oxidada. Al sentirla imaginé a una anciana con las manos
temblorosas intentando introducir la llave en el cerrojo, pero fallando
repetidamente.
No, no podían ser las llaves de una anciana. El
llavero parecía pertenecer a una joven. Tal vez una estudiante, nieta de la
anciana de las manos temblorosas que vive en la casona de las enormes puertas
que rechinan.
Tal vez las llaves son de un niño al que le gusta
coleccionar llaves y que accidentalmente las manchó con sus pinturas mientras
jugaba a ser un pintor de brocha gorda.
O quizá se las robó a su madre, y la señora ha estado
muy estresada buscándolas por días sin saber que el niño las perdió en la
jardinera del parque al que suelo ir a leer todos los días a la hora de comida.
Recordé mi libro, lo recogí y me dirigí a mi casa. Ya
no tenía caso regresar al trabajo, ya era muy tarde.
A lo mejor las llaves pertenecían a un músico. Al
guitarrista de una banda de rock que tiene como talismanes ese llavero de
estrella y esa llave vieja y oxidada que probablemente abre puertas enormes que
rechinan.
Pensé en un trabajador de un banco que tiene que
utilizar esa llave vieja y oxidada para abrir una bóveda enorme y llena de
polvo donde guardan monedas de cobre antiguas que no valen mucho pero que
tienen valor sentimental para la persona que ahí las guarda.
O tal vez esas viejas monedas de cobre se utilizan
para hacer llaves viejas y oxidadas que abren enormes puertas que rechinan.
A lo mejor esa llave pertenece a un ladrón que robó un
diamante muy importante del museo de la ciudad y que, al sentirse acorralado
por la policía, entró a un cementerio y escondió la joya en una cripta con una
enorme puerta de madera que rechina, en la que alguien olvidó esa llave oxidada
y vieja que yo me encontré en la jardinera.
Camino a mi casa observé todas las puertas que me topé
en el camino. Vi puertas cortas que no le quedaban a mi llave larga, puertas largas que no le quedaban a mi llave
corta y puertas flacas que no le quedaban a mi llave gorda.
Tal vez esas llaves pertenecieron a una ardilla, y
ahora está sufriendo porque no puede usar la llave gorda para abrir el árbol en
donde guarda todas sus nueces. En realidad, esas llaves podrían pertenecer a
cualquiera.
Seguí imaginando quién podría ser el dueño de esas
llaves cuando de pronto me di cuenta de que estaba parado frente a una casona
con enormes puertas de madera que rechinan. Entonces, introduje la llave vieja
y oxidada en el cerrojo, la giré, entre a mi casa y cerré la puerta.
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