miércoles, 14 de septiembre de 2011

Aquiles

Patroclo ha muerto. Lo he visto. He peleado por su cuerpo que ahora se cubre de moscas. Suplico piedad a los dioses para que no permitan que su cuerpo se descomponga. Escuchan mis ruegos y un néctar que cae del cielo lo cubre y lo conserva.
El dolor me envuelve como un manto que me asfixia. Encontraré al hombre que me lo ha arrebatado y pelearé con él, pelearé hasta la muerte. Le ofreceré su sangre a Hades y se la entregaré gustoso. No temo morir, pues viviré para siempre. Mi vida será corta, pero mi memoria será eterna.
He rogado a mi madre fuerza y me ha dado una armadura. Le pedí valor y me consoló con sus palabras. Mis dioses me acompañan en esta dura travesía, haciendo certera mi lanza y guiando la mano que maneja la espada.
Mi mente se nubla, pero debo ser fuerte, por Patroclo, por mí y por mi pueblo. Pagará y de eso me aseguraré. Lucharé contra él hasta que exhale su último aliento, veré cómo se extingue, poco a poco, cómo se derrama su sangre, gota a gota. Sólo le pido a Hades que sufra aún después de su muerte.
Héctor. Escucho su nombre en mi cabeza una y otra vez. Lo detesto, lo aborrezco tanto que me aterra. Pero no, no puedo permitirme tener miedo, no puedo permitirme ser débil. Quiero sangre y quiero muerte, quiero vengar el honor de mi hermano que ahora yace inerte.
Lo buscaré y lo cazaré sin piedad, como a un vil animal. Lo doblegaré y demostraré que el mejor guerrero de Troya no vale nada. Ésta no era mi guerra, pero él la hizo mía, y ahora pagará las consecuencias.
Lo destrozaré ante las puertas de su pueblo y su gente será mi testigo. Perecerá y yo celebraré su muerte con una copa de vino. Me pedirá piedad y se la negaré, me pedirá perdón y no se lo daré. Rogará al cielo y a los dioses nunca haber nacido. Caerá ante mí, así como lo hará su pueblo después de él.
Así que huye Héctor, huye cobarde, porque cuando te cruces en mi camino hallarás el sueño eterno. Podrás escapar, pero no por siempre. Te encontraré entre esta nube de cuerpos, aunque en eso se me vaya la vida.
Mi rostro será lo último que verás y sonreiré, porque con tu muerte cobraré mi honor, y el honor de mi hermano quedará restablecido. Besarás el polvo ante los ojos de tu padre y tu mujer no podrá llorarte.
Te vengaré entonces, Patroclo, derramaré la sangre de Troya para calmar mi dolor y el tuyo, y después te enterraré y reposarás.
Espérame pues hermano mío, que me reuniré pronto contigo y descansaremos juntos por toda la eternidad.

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