sábado, 14 de mayo de 2011

La muerte de Sybil

Los destellos lastimaban mis ojos. Tenía frío pero me sentía extrañamente cómoda. Flotaba. El cabello me rozaba la cara, pero por alguna razón no me molestaba.
¿Alguna vez has sentido que vuelas? Así me sentía. Esa sensación que tanto añoras cuando te sientes ahogada, cuando sientes que te hundes a pesar de luchar contra el abismo.
Es curioso, nunca pensé que esto pasaría. Esta mañana mientras tomaba el desayuno pensaba en mí, en mi familia, el trabajo, la vida. Mi cabeza estaba tan llena que parecía a punto de explotar. Pero ahora, ahora estaba vacía. Sólo era capaz de sentir, sentir sin pensar, sin racionalizar cada sensación, cada movimiento, cada reacción de mi helado cuerpo.
Deseaba tener algo con que taparme. Me hubiera gustado tener conmigo el edredón que me regaló la abuela.
Comencé a moverme con la esperanza de calentarme. Lo intenté una y otra vez pero no funcionó. Me sentí como cuando tienes de esos sueños en los que, por más que quieres correr rápido, hay algo que te detiene y te hace ir más lento.
Me pregunté qué hora sería. Como si el tiempo fuera importante, como si fuera a ir a algún lado. Me reí con ese pensamiento. Irme. No lo habría pensado de no encontrarme en esta situación.
Estaba encantada con él, con este lugar. Había deseado durante tanto tiempo venir aquí que... bueno, el lugar sigue siendo hermoso. Sobre todo éste. El azul intenso, los rojos y naranjas, las texturas, los sabores, tantas cosas.
Nunca imaginé que cambiaría, ni siquiera me pasó por la cabeza que era otra persona, pero como dicen por ahí, nunca terminas de conocer a alguien, o algo por el estilo.
Me mecía de un lado a otro con el cuerpo totalmente suelto. El frío ya no era tan intenso, incluso podría decir que era casi imperceptible. Me sentí bien por eso. Ahora sí podía relajarme y disfrutar de lo que me rodeaba.
Mis ojos habían tardado en acostumbrarse, pero ahora lo veía todo claro. Podía ver a todos esos seres viviendo tranquilamente. Cómo deseaba ser uno de ellos. Vivir para vivir, un día a la vez, hacer las cosas sólo por sobrevivir, no tanto por sobresalir.
Poco a poco el dolor en mi pecho se hizo más grande. Quizá no lo percibí antes por estar concentrada en no estar concentrada, en simplemente estar. Intenté luchar contra la sensación y por más que rogué que se fuera no lo hizo, al contrario, siguió creciendo y creciendo hasta volverse insoportable, y justo cuando pensé que no lo soportaría más, cesó, seguido por una calma que no podría describir aún cuando la volviera a experimentar. Fue extraordinario. Me solté, cual hoja al viento. Me sentí libre y olvidé todo. Lo bueno, lo malo, el hubiera, el no quisiera, todo.
Fue entonces que me di cuenta, cuando al fin comprendí que estaba muriendo. Me ahogaba, me hundía cada vez más y no hacía nada por evitarlo.
Nunca había pensado en la muerte, al menos no en la mía. Ni siquiera ahora que estaba tan cerca podía hacerme a la idea. Moría y no había nada que pudiera hacer al respecto.
Entonces la vi, su mano, esa mano que alguna vez me protegió, ahora me empujaba más y más hacia el abismo. No luché, no tenía la fuerza suficiente así que lo dejé, y me quedé ahí, flotando, con los brazos abiertos, admirando la belleza del mar.

No hay comentarios: