jueves, 21 de abril de 2011

Va otro cuento

Es curioso cómo se forma una imagen en tu cabeza, que mientras estás escribiendo, aparece constantemente para recordarte que debes de contar su historia...

El espejo

Dicen que mi piel es blanca y suave, pero yo la veo rota y gastada. De pie frente al espejo empiezo a contar las grietas, una, dos, tres… no puedo seguir más, me volteo con la esperanza de que se vayan. Me entristece.
¡Era tan bonita! Mis mejillas, antes eran rosas, ahora el color se ha ido de mi cara. Mi cabello se cae. Dicen que eso sucede al envejecer, pero se suponía que yo no lo haría, que sería una niña para siempre, como una imagen congelada, como una pintura. Sí, eso deseaba ser, una pintura por la que el tiempo nunca pasa.
Sigo mirando mi reflejo, veo mis grandes ojos azules y me doy cuenta de que el brillo y la estrella que los adornaba se han desvanecido.
Ahora sé que tomaré una mano y tendré que sentarme a la mesa... buenos modales, té y galletas. Después de un rato se volverá aburrido y estaré otra vez frente al espejo.
Veo mis manos reflejadas y toco mi cara. Están heladas. Mi vestido está sucio, casi ha perdido los holanes y tiene hoyos en la falda. Recuerdo que era blanco con rosas en las mangas. Ahora es amarillo, y las rosas, extraviadas.
Perdí un zapato hace tiempo. Fue en una excursión en la selva, o tal vez en un safari en África. Lo único que queda es la triste y fea calza.
Miro mis dedos que salen por los agujeros. Tengo las uñas blancas, me gustaría que fueran rojas, ojalá me las pintaran.
Entra y sale, me ignora. Eso me gusta, el no tener que poner mi mejor cara y agradarle, el poder ser yo misma y no jugar a que tengo múltiples personalidades.
Quisiera pedirle que no gritara, que aunque fuera por un momento dejara de moverse. Intento abrir la boca, pienso las palabras pero no logran salir, no puedo hacerlas salir. Sufro. ¡Tengo tanto que decir! Me frustro y lloro, pero lloro sin lágrimas, mis ojos están secos, así como mi cara.
Tiembla y caigo del lado. Quiero moverme, volver a sentarme pero estoy rígida, como si estuviera entumecida. Tendré que quedarme así hasta que regrese. Pasó a mi lado y ni siquiera se dio cuenta. Es más fácil ignorarme. Me dejará ahí hasta que le dé la gana, pero, ¿cómo hablarle o gritarle, o siquiera reclamarle, si tan sólo soy una vieja hecha de porcelana?

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